18 juin 2008

Giovanni Ponte, Doctrina Y Autoridad Tradicionales (texto entero)

Existen ciertos argumentos que, hoy en día, suscitan en muchos una reacción negativa casi insuperable, tal como para impedir la prosecución de un discurso lógico y provechoso. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se toca la cuestión de la autoridad tradicional. Más de una vez es muy difícil hacer comprender a nuestros contemporáneos que, para el hombre, en tanto que ser individual, condicionado por un horizonte relativo e inestable de la realidad, el recurso a la autoridad tradicional es del todo normal.

En nuestro anterior artículo 1 recordábamos que, como es esencialmente reconocido en formas diversas en todas las civilizaciones, a excepción de la del mundo moderno, toda autoridad tradicional auténtica tiene su fuente originaria en la Verdad y en el Conocimiento que trasciende el mundo relativo e individual, y constituye una vía hacia esa fuente trascendente.

Si se nos pregunta la razón por la que la concepción de una tal autoridad, en otros tiempos comúnmente aceptada, se ha hecho tan poco compatible con la mentalidad general, podría darse la siguiente respuesta: oscurecida la intuición de una realidad que trasciende el mundo relativo e individual, perdida la conciencia de la exigencia de referirse a ella y desaparecida la aspiración de remontarse hacia ella, tampoco el significado de la autoridad tradicional, definida del modo indicado, puede resultar sino totalmente incomprendido.

Es preciso sin embargo añadir que este desconocimiento, presente también allí donde la incomprensión con respecto a una realidad superior todavía no es completa, se ve favorecido por la correlativa decadencia de cuanto subsiste de la propia autoridad tradicional en el ambiente occidental moderno.

Indudablemente, en el oriente tradicional, y hasta nuestro siglo, la propia presencia de seres en los que la manifestación individual humana aparece como el "soporte" de una realidad y de un conocimiento de orden supra-humano, capaces de iluminar el ambiente en el que se hallan presentes, hace más fácil y casi obvia la referencia a la autoridad tradicional. Así, por ejemplo, incluso entre aquellos hindúes o musulmanes que bajo la presión de la influencia moderna se han convertido prácticamente en "occidentales", hay todavía muchos que no pueden tampoco concebir que la autoridad tradicional sea algo impugnable, y simplemente consideran que el peso de las circunstancias y de las propias inclinaciones les impiden persistir en una orientación tradicional.

En Occidente, en cambio, muchas generaciones han hecho proliferar orientaciones claramente antitradicionales o simplemente profanas, de tal forma que han invadido y se han plasmado ya enteramente en la organización de la vida humana y en la mentalidad general; paralelamente, se han multiplicado las pseudo-autoridades, y ello en los campos más diversos, tanto en el religioso como en el cultural y político, lo que ha proporcionado un terreno fértil para el pseudo-esoterismo; en fin, allí donde se ha conservado exteriormente una autoridad verdaderamente tradicional, se expresa no obstante en términos de una fe religiosa revestida de un dogmatismo sin duda heredado de un modo un tanto indirecto de la Verdad universal y supra-formal cuyo conocimiento, según la palabra de Cristo, hace "libre".

En estas condiciones, es comprensible que no sólo quien está completamente impregnado de la mentalidad moderna, sino también aquel que aspira a una realización cognoscitiva de orden universal, pueda ser inducido a rechazar el mismo concepto de autoridad tradicional. Esto no evita que tal rechazo constituya un perjuicio y una grave anomalía 2, aunque se presente con una etiqueta respetable como la de la "libertad de conciencia" o la "autonomía del espíritu". La verdadera libertad es aquella que se sitúa más allá de la condición humana individual, caracterizada por la relatividad y la ilusión; y precisamente en función de tal libertad se necesita una dirección que no sea "de este mundo". En cuanto a la "autonomía", si se quisiera referirse a su sentido etimológico más profundo, se advertiría que consiste, literalmente, en seguir la "ley del sí mismo" o la "ley del Ser". Pero, cuando se ha comprendido que el propio verdadero "Sí" (Âtmâ) no se encuentra en el plano individual de la relatividad, cuando se ha entendido que la verdadera solución del "Conócete a ti mismo" implica (por usar los términos de un célebre dicho tradicional árabe) el conocimiento del propio "Señor", entonces se comprenderá también que la verdadera "autoridad" es inasequible para aquel que se orienta tan solo según tendencias individuales y empíricas, y que, además, la propia asunción de la autoridad tradicional tiene como objetivo supremo, a través de la anulación de una autonomía ilusoria, la realización de una "autonomía" que trasciende el dominio de la ilusión.

Esto no carece de relación con el hecho de que, en una vía iniciática en la que se establece una relación entre Maestro y discípulo, el fin de un verdadero Maestro consista en poner a su discípulo en condiciones de no tener más necesidad de él: "sea dirigiéndolo, cuando ya no pueda guiarle más, a otro Gurú [Maestro espiritual] que posea una mayor competencia que la suya, sea (si es capaz de ello) llevándolo al punto en el que se establecerá la comunicación consciente y directa con el Gurú interior" 3, que en el fondo consiste en la comunicación directa del discípulo con el propio "Sí", implicando así su verdadera "autonomía" 4.

Mientras muchos rechazan a priori el concepto de autoridad tradicional, sabemos que otros, aún aceptándolo, imaginan la manifestación de tal autoridad en un sentido más bien "milagroso" y lejano de la realidad, como un "Deus ex machina" que quisiera encontrar su propio camino, a falta del cual no le quedaría más que permanecer mientras tanto, del modo menos incómodo posible, en su propio pequeño mundo, siguiendo su propia orientación individual y profana. Y probablemente un tal punto de vista puede apoyarse en un conocimiento libresco de anécdotas o hechos realmente ocurridos, en los que la aparición del "Maestro" espiritual se verifica de modo improvisado y sin ningún vínculo comprensible con una búsqueda exterior cualquiera.
Se olvida así sin embargo que el encuentro con un Maestro espiritual, o más bien con la influencia espiritual de la que un individuo humano es el "soporte", está estrechamente ligado a la receptividad del "discípulo". Así, el conocido proverbio hindú "Donde hay un chela, hay un Gurú" ("Donde hay un discípulo, hay un Maestro") podría ser parafraseado diciendo que no hay "Maestro" allí donde no hay "discípulo"; y ello sirve para quien no se halle en las condiciones de receptividad que atañen a la influencia espiritual.

Ahora bien, precisamente para crear estas condiciones de receptividad existen las diversas formas tradicionales, que representan un medio para realizarlas, prácticamente necesarias, aunque de por sí insuficientes, y eficaces no obstante dependiendo de la cualificación de cada uno. En efecto, las formas tradicionales (como las formas de iniciación y de religión) son estabilizadas y constantemente vivificadas por influencias espirituales trascendentes mediante la presencia de quienes son sus "soportes", y al mismo tiempo -gracias a las determinaciones y a las normas de acción en las que se concretan, en el plano de la realidad individual de cada uno- se plasman en la vida de todo aquel que de ellas participa.

La eficacia de las formas tradicionales reside precisamente en su propia capacidad mediadora, que actúa plasmando y ordenando la vida individual de modo que se opere efectivamente una relación armónica de "simpatía" entre los individuos y las influencias espirituales que están en su propio origen. Por ello es normal que sólo viviendo profundamente las formas tradicionales, e incorporando por así decir en ellas la propia individualidad, pueda realizarse una relación consciente con las influencias espirituales y recibir de ellas una enseñanza operativa eficaz. En efecto, también en los episodios excepcionales auténticos que se relatan con respecto a la aparición imprevisible de un "Maestro", o a la imprevista apertura de una vía, o a un acontecimiento, que han conducido a una iluminación espiritual, siempre debe tenerse en cuenta la importancia básica de la forma tradicional de la que estaba impregnado antes y sobre todo aquel a quien se refieren dichos episodios, o por una participación y profunda dedicación anterior, o por la naturaleza misma del ambiente y de los factores hereditarios que le condicionaban.

Esta situación de receptividad, esta incorporación a una forma tradicional, debe ser del modo que sea, restablecida en el hombre occidental moderno que haya tomado conciencia, a pesar de todo, de su propia aspiración espiritual.

En realidad, tan sólo unas condiciones extremadamente anormales del ambiente han hecho posible de hecho que una tal aspiración se produzca en semejantes casos sin que sea evidente la presencia y el apoyo de los correspondientes medios tradicionales. Y, mientras perdure tal carencia, la toma de conciencia de cualquier aspiración puede además vincularse a una notable maduración sobre el plano mental, por ejemplo mediante la lectura de traducciones más o menos imperfectas de textos tradicionales, y también mediante la lectura de una obra fiel al espíritu tradicional y al mismo tiempo intelectualmente desvinculada de toda forma particular como la de René Guénon. Todo ello puede conducir a ubicar la propia búsqueda en términos más precisos; y en el curso de esta búsqueda, aún sin el presupuesto de la adhesión a una determinada forma tradicional, se puede dar el caso de un encuentro con personas que puedan desempeñar a su respecto la función de instrumento y "soporte" de una influencia espiritual. Pero incluso así no puede establecerse ninguna relación "operativa" eficaz hasta que quien ha emprendido su búsqueda no asuma plenamente una forma tradicional de la que esas personas sean válidamente representantes5 y estén investidas de la facultad de operar en el sentido de una determinada influencia espiritual precisamente con el instrumento de esta forma tradicional.

La adhesión efectiva a una forma tradicional presenta siempre por lo tanto una importancia fundamental. Se trata de una cuestión verdaderamente "vital" (y por ello no tememos insistir demasiado sobre tal argumento), que debe entenderse en todo su alcance interior u operativo, sin posibilidad de eludirla relegándola a una esfera puramente "ideal" y "subjetiva". En otros términos, a los fines de una vía de realización, no es de hecho suficiente que una forma tradicional sea asumida "idealmente" por el individuo, sino que, por el contrario, para traducir en acto su eficacia mediadora, deberá actuarla en sí mismo y hacerse su instrumento en toda la amplitud y profundidad de la que sea susceptible.

La consideración de estas dos dimensiones, la de la amplitud y la profundidad, merece una particular atención.

Ya hemos dicho que toda forma tradicional, manifestándose en el dominio iniciático o en el religioso y social, llega a plasmar y a ordenar más o menos completamente la vida individual gracias a las normas de acción que encuentran su aplicación en el plano de la realidad concreta de cada cual. Toda forma tradicional presenta así un orden ritual y, en sentido amplio, una "ley" que en cierto modo es su manifestación más exterior, en el sentido de la amplitud, y también, para el individuo, el punto de partida que se le ofrece y la base práctica indispensable para que pueda remontarse a la esencia espiritual de la forma tradicional y a la autoridad que la encarna.

Conformarse a la "ley" tradicional es por lo tanto un presupuesto indispensable para activar y vivificar en sí el espíritu tradicional, así como un comportamiento disconforme con respecto a la ley de la propia forma tradicional no podrá sino alimentar los obstáculos que impiden el cumplimiento en sí de la influencia espiritual. Si bien en muchos casos, especialmente en el mundo moderno, es difícil evitar que la actuación de las aplicaciones de las normas tradicionales no sea incompleta, a causa del ambiente y de las reacciones circundantes, ello no impide que la atención del individuo deba ser dirigida fundamentalmente hacia una conformidad integral con respecto a ellas, y éste deberá en la práctica adecuarse a un comportamiento que reduzca al máximo la influencia desfavorable de las circunstancias.

Debería por lo tanto ser evidente el error de quienes creen justificar la falta de conformidad a las normas y a las aplicaciones prácticas de una forma tradicional con el pretexto de referirse directamente a su aspecto más interior; como si justamente en tal aspecto más interior no residiera la razón de ser que ordena precisamente dichas aplicaciones exteriores.

Si nos referimos, en particular, a las formas tradicionales en las que, a causa de una "solidificación" ligada a las condiciones cósmicas de nuestra época, se ha producido un distanciamiento entre esoterismo y exoterismo, las consideraciones mencionadas implican la necesidad de practicar un exoterismo tradicional, es decir, la necesidad de practicar una religión en el caso de las corrientes tradicionales derivadas de Abraham, con quien se conectan el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam: necesidad que subsiste precisamente para que el esoterismo tenga una base que le permita actuar efectiva y plenamente 6: en cierto sentido, puede decirse que el exoterismo representa propiamente una modalidad de actuación del esoterismo, y que esta modalidad es indispensable hasta que el campo de realidad individual al que se refiere sea actualmente realizado por el ser que aspira a la realización espiritual.

Obsérvese que bastaría con seguir el criterio aquí enunciado para discernir gran parte de los falsos "Maestros" que pululan en Occidente, y también para desenmascarar las especulaciones antitradicionales de quienes intentar arrojar el descrédito y la calumnia más difamante sobre el esoterismo, confundiéndolo del modo más inextricable posible con manifestaciones degeneradas del todo incompatibles con nada tradicional, tal como recientemente ha ocurrido de forma muy significativa 7.

La asunción práctica de una forma tradicional en el sentido de la extensión, mientras que por una parte es fundamental, por otra va también en función de la dimensión de la profundidad. A propósito de ello, debe comprenderse bien que cualquier grado de realidad en el que se encuentre quien se haya comprometido en una vía de realización espiritual vale exclusivamente en función de aquello que es más interior y profundo, lo cual todavía no es conocido efectivamente, y que será por lo tanto un "secreto" al que debe aspirar si quiere llegar a conocerlo. Tan sólo la consciencia constante de una referencia a aquello que está más allá del propio estadio actual puede preservar de transformar toda forma tradicional en "superstición", es decir, en algo que subsiste aunque su razón de ser se haya ya perdido u olvidado. Por ello, en una vía de realización espiritual, ningún equilibrio alcanzado ni ninguna creencia debe ser considerada como definitiva; y, por ejemplo, asumiendo una religión en su sentido profundo, no podrá ser ciertamente aceptada la "solidificación" del "Dios creado por la creencia", lo que induce a identificar el Principio metafísico con Su manifestación, a fin de "localizarlo", negando así, aunque sea inconscientemente, Su absoluta trascendencia 8.

Los errores a evitar para asumir una forma tradicional en su profundidad, tras haberla asumido en su extensión, pueden naturalmente presentarse en diferentes niveles, y por consiguiente también en relación con el nivel de partida. Bajo un cierto aspecto, puede decirse que el peligro de error aumenta con la elevación del grado al que nos refiramos, en tanto que el más elevado puede ser confundido muy fácilmente, aunque siempre ilusoriamente, con la meta definitiva, la cual no es otra que el Principio mismo de la realidad, absoluto e infinito, más allá de toda determinación; pero una tal confusión no es posible cuando se parte del presupuesto de una clara comprensión de la doctrina metafísica tradicional.

Por otra parte, para el individuo, la asunción de la propia forma tradicional en el sentido de la profundidad no puede estar representada sino por una orientación y una apertura, en la dirección que antes indicábamos como la de la profundidad; la realización efectiva de esta última implicará de hecho la superación de la condición individual y el cumplimiento de la mediación del estado humano con la fuente de la influencia espiritual que manifiesta la forma tradicional. Que la orientación y la apertura sean sin embargo posibles dondequiera y en cualquier nivel 9, independientemente del dominio de realidad contingente en el que se encuentre, significa, en otras palabras, que cualquier punto es potencialmente el punto de partida de la realización espiritual. En particular, puede hacerse corresponder esta orientación con el sentido esencial de la "buena voluntad" evangélica 10, que implica el asentimiento a la Verdad aunque esté más allá de la propia comprensión actual, y que hace así posible la "revelación", según la modalidad asumida por la influencia espiritual, que se identifica esencialmente con la propia Verdad.

Añadiremos que cualquier autoridad espiritual, cualquier doctrina y forma tradicional, si es auténtica y completa, implica siempre la orientación de la que hemos hablado, y ello implica una apertura ilimitada hacia el Principio supremo y su conocimiento. La presencia de esta apertura representa además un criterio fundamental para juzgar la ortodoxia y la integridad de las diversas formas tradicionales, con las cuales está estrechamente ligada su propia eficacia operativa. Y todo aquello que antes hemos recordado acerca de la necesidad de actuación de las formas tradicionales, sea en el sentido de la extensión, sea en el de la profundidad, podría servir también como referencia para examinar el presente estado de los medios tradicionales que se ofrecen con vistas a una vía de realización espiritual.

Esperamos por lo tanto que estas consideraciones, que de por sí podrían parecer un poco genéricas y abstractas, sirvan de algún modo para suscitar reflexiones útiles sobre argumentos que son por el contrario concretamente de la máxima importancia.
Artículo publicado en el nº 20-21 (julio-diciembre de 1966) de la "Rivista di Studi Tradizionali", y reeditado en el nº 76, Turín, (enero-junio de 1993).

1 "L'Evidenza e la Via", reeditado en el nº 74 de la "Rivista di Studi Tradizionali".

2 Esta anomalía es aún más acentuada cuando se manifiesta en las personas que han tenido acceso a una iniciación, como la masónica, y se afirma por ejemplo en nombre de un igualitarismo falso que, llevado a sus lógicas consecuencias, comportaría una total anarquía y la abolición de toda organización tradicional, con la inversión completa del conocido lema "Ordo ab Chao".

3 Cf. René Guénon, Initiation et Réalisation spirituelle, cap. XXIV: "Sobre el papel del Gurú", p. 162.

4 A ello corresponde, al menos hasta un cierto grado de realización, la conocida expresión de Virgilio a Dante en la Divina Comedia: "perch'io te sovra te corono e mitrio".

5 Si por el contrario no se trata de representantes de una determinada forma tradicional, sino de personas que no se han adherido en la práctica a ninguna tradición, es fácil entonces deducir que son simplemente "profanos", y esto basta para establecer que sus eventuales pretensiones a una función de "guía" espiritual son del todo infundadas (cf. René Guénon, Initiation et Réalisation spirituelle, cap. XXI: "Verdaderos y falsos instructores espirituales").

6 Esta necesidad de conformarse a la ley exotérica religiosa está explícitamente afirmada en el esoterismo islámico, por ejemplo en este texto del Shaij Muhyiddin Ibn Arabi sobre la "Veneración hacia los Maestros espirituales": "...Si demuestran estar en una condición que les distrae de la ley tradicional, abandónale a Allâh, no le sigas ni camines tras sus pasos" ("Fotuhât", cap. 181).

7 Nos referimos en particular a una obra como "Les gens du blâme", del matrimonio Camicas, prudentemente escrita en forma de novela, aunque hábilmente presentada de modo que el lector desprevenido crea hacerse una idea del esoterismo islámico, confundiéndolo con paródicas concepciones y a iniciativa de alguien que, desde un marco totalmente moderno, no está en absoluto cualificado para la guía de sí mismo ni de nadie, especialmente en un ambiente semejante, independientemente de los contactos anteriormente sostenidos con el tasawwuf. El hecho de que la novela en cuestión haya sido lanzada en grandes titulares por las ediciones de "Planète" podría bastar para entrever los objetivos, tanto comerciales como "ideológicos", que pretende dicha publicación; y nos podemos preguntar si no estaremos al inicio de una operación más amplia, bajo un cierto aspecto análoga a la que se desarrolló contra la iniciación masónica en tiempos del funesto Léo Taxil, dirigida esta vez contra una forma de iniciación oriental cuya presencia es a la fuerza justamente considerada incómoda por ciertas corrientes destinadas a una lozana aunque efímera existencia (sobre este mismo argumento, cf. las observaciones de Pietro Nutrizio en el nº 19 de esta revista, pp. 76-78, en nota).

8 Recordemos a propósito de esto la observación de René Guénon acerca de la necesidad de invertir el enunciado atribuido a Pascal según el cual el espacio (símbolo del universo manifestado) es como "una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna"; en realidad, el verdadero Centro metafísico no puede hallarse en ninguna modalidad del universo manifestado, pues trasciende absolutamente a este último (cf. Le Simbolisme de la Croix, cap. XXIX).

9 La orientación de la que hablamos está en cierto sentido representada simbólicamente, en las distintas formas tradicionales, por la orientación ritual; y podría verse una correspondencia entre el abandono, hace ya algunos siglos, de la orientación ritual de las iglesias, y el establecimiento de una civilización puramente profana en Occidente.

10 Podría observarse que, según el dicho evangélico, la "buena voluntad" es escuchada ante todo por los "pastores", los cuales, representando típicamente a los "nómadas", podrían ser considerados en tal caso como el símbolo mismo de quienes evitan colocar límites al propio campo de posibilidades; a propósito de ello, podría también recordarse que el "no poner límites a la búsqueda de la Verdad" es un conocido enunciado masónico.

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